Crítica de ‘MaXXXine’: La venganza de Judy Garland Crítica de ‘MaXXXine’: La venganza de Judy Garland

Crítica de ‘MaXXXine’: La venganza de Judy Garland

Con ‘MaXXXine’, Ti West y Mia Goth dan un gran cierre a una trilogía de terror que reflexiona sobre fama, explotación y feminidad. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
26 junio, 2024 7:00 AM
- Actualizado 27 junio, 2024 2:39 PM

“¡Por favor, soy una estrella!”, solloza una joven Pearl (Mia Goth) en 1918, durante el clímax de la primera parte (cronológicamente) de la Trilogía X, de Ti West. Ha perdido su única oportunidad de ser arrastrada por el tornado de la fama hacia algo más allá del arcoiris, lejos de su represivo hogar en Texas rural. Casi 70 años después, en MaXXXine –que llega a salas de cine mexicanas este 4 de julio–, la protagonista Maxine Minx (también Goth) ha obtenido algo parecido a la fama, pero que no lo es del todo. Sigue buscando, pero parece ser castigada por ello.

Situado en 1985, seis años después de X, el capítulo final de la trilogía de terror se reencuentra con la protagonista en Hollywood, su añorado “Oz”. Pero no ha llegado ahí por el camino amarillo de la inocencia, al que el inconsciente colectivo estadounidense fue tan acostumbrado desde mediados del siglo por el blanqueamiento católico del código Hays. Es todo menos la imagen de “niña buena” de la Judy Garland inmortalizada por Dorothy: Maxine es una gran estrella del cine para adultos, y se ha manchado las manos de sangre para sobrevivir.

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Y no sólo eso, sino que trae prisa: los 30, sentencia a una muerte simbólica para las mujeres en Hollywood, se ciernen sobre ella. Sabe que le quedan pocas oportunidades para ser una estrella “legítima”, así que, con los tabúes de su fama a cuestas, audiciona para una película de terror: La puritana II, secuela de un éxito de ventas en VHS. Y las cosas parecen no irle tan mal, hasta que otras estrellas porno (como ella) comienzan a aparecer muertas en la ciudad. En plena histeria colectiva del “pánico satánico”, las asociaciones no se hacen esperar en los medios.

En sí, tiene material de sobra para ser un slasher que se sostiene por sí mismo. Aunque es mucho más que eso: como conclusión de la historia iniciada en X y Pearl, destaca como la entrega más política del conjunto, pero no se entiende sin sus predecesoras. MaXXXine cierra la Trilogía X de West como una crítica del culto a la fama, y a cómo ésta es entendida –y experimentada– en su vertiente femenina.

De Pearl a MaXXXine: el codiciado “factor X”

El concepto al centro de la trilogía –y del que toma su nombre– es la cualidad indescriptible y especial cuya elusividad le ha ganado el nombre de “factor X”: ese “algo” que separa a los talentosos de quienes no lo son, aquellos cuyo carisma o talento les merecerá el ser inmortalizados en ese firmamento al que tantos sueñan pertenecer.

Cada parte de la trilogía nos muestra que, haciendo honor a su faceta algebraica, esa “X” es una variable. Muta según la época y el valor que cada soñador le atribuya. En los tiempos de la joven y reprimida Pearl, a la vuelta de los años 20, se trata de una mezcla de carisma, belleza, y destreza para cantar, bailar y entretener sobre un escenario. Para Maxine, hija de la liberación sexual de los 60, la fórmula ganadora tiene que ver con ser bonita, pero también sexy y desinhibida para tener sexo ante la cámara.

En ambos casos, el “factor X” es algo que se tiene o no (“los medios producen a algunas chicas como espectaculares mientras menosprecian a otras”, escribe la académica en comunicación Sarah Projansky, en su libro de 2014 Spectacular Girls: Media Fascination and Celebrity Culture). Judy Garland lo tuvo hasta para regalar, lo que le valió una vida de explotación, adicciones y ansiedad en el nombre de su ascenso al estrellato.

Mia Goth en MaXXXine
MaXXXine culmina una trilogía que reflexiona sobre el ideal de la fama desde el terror (Crédito: Universal Pictures / A24)

El “factor X” es, además, el boleto para alcanzar el santo grial de la fama, la solución para todos los problemas en la vida. La noción es reafirmada por un flashback en MaXXXine, donde la protagonista, como niña, jura hacer lo que sea necesario para conseguir la vida que merece. Logra su cometido mediante la explotación sexual de su cuerpo. La puritana, reprimida y resentida Pearl, que no la consiguió, sobreviviría hasta la vejez para desarrollar una envidia depredadora, casi vampírica y asesina por la belleza libertina de la joven actriz porno.

MaXXXine nace de la tensión resultante entre los ideales de fama de sus dos predecesoras, para argumentar que no son tan diferentes entre sí. Ambos implican, a final de cuentas, que Pearl y Maxine –como tantas mujeres– han de convertirse en objetos a ser observados. De nuevo Projansky:

“Primero, los medios incesantemente miran y nos invitan a mirar a las chicas. Las chicas son objetos que observamos, lo queramos o no (…). Como tal, los medios convierten a las chicas en espectáculos –objetos visuales en exhibición. Segundo, algunas chicas mediatizadas también son espectaculares, o sea, fabulosas. Los logros, habilidades atléticas, inteligencia y autoestima de las chicas impetuosas, impresionan. Tercero, algunas chicas son espectáculos, o sea, escándalos. Los medios esperan con gran expectación (…) el momento de la caída en desgracia de una celebridad femenina”.

Judy Garland fue un ícono femenino del talento inocente, jovial y prometedor bajo el ideal de Hollywood… hasta que ya no lo fue, sepultada por una avalancha de narcóticos y polémicas. Las protagonistas de la trilogía de Ti West, Pearl y sobre todo Maxine, caminan esta delgada línea, con las contradicciones que implica ser un objeto en exhibición dentro de una sociedad con una aguda esquizofrenia moral.

América la esquizofrénica

Hollywood siempre ha sido un lugar curioso, pero en MaXXXine, Ti West saca a relucir sus contradicciones –e hipocresías. Legiones de padres de familia, inflamados por el reaganismo, protestan contra los estudios de cine que presuntamente pervierten y les roban a sus hijas para filmar blasfemias como La puritana II. Mientras tanto, en pleno Hollywood Boulevard, las tiendas de videos para adultos operan libremente, mientras sus estrellas son asesinadas impunemente.

Las mujeres (¿cuándo no?) están en el centro de toda la tensión política, social y cultural de los Estados Unidos de los siempre idealizados años 80. El sexo y los cuerpos femeninos son fichas de negociación, parámetros de evaluación moral o instrumentos publicitarios, según convenga. En el país que ungió y cosificó a Marilyn Monroe como símbolo sexual, ignorando los lados más complejos, sombríos –y explotados– de su identidad, el hecho de que una actriz porno intente ser estrella de Hollywood es recibido con incredulidad, prejuicio o franco rechazo (quizá Marilyn y Judy son dos lados de una misma moneda hipócrita: por lo menos se sentían cercanas en su experiencia). Viva la libertad sexual femenina, pero no tanta, porque la polémica asusta a los inversionistas y a los puritanos en las altas esferas del poder.

Mia Goth y Halsey en MaXXXine
En MaXXXine, Hollywood tiene una relación absurda con el sexo y el género femenino (Crédito: Universal Pictures / A24)

Y es mejor no arruinar los giros de tuerca (sobre todo los del final), pero basta con decir que MaXXXine va al fondo de esta esquizofrenia moral con sus antagonistas masculinos. Ya sea por los actores que los interpretan, por los clásicos a los que aluden o por las instituciones que representan, West nos propone reflexiones sobre complejas –y a veces contradictorias– representaciones de género en la cultura popular.

Una escena clave incluso presenta el argumento de que, en la génesis de las paradojas psicológicas de la sociedad estadounidense y su cultura popular están Hitchcock y Psicosis, con su acomplejado Norman Bates (Anthony Perkins) como símbolo de una monstruosidad cotidiana, cercana, proveniente de la humanidad y no de monstruos cómodamente distanciados por la fantasía. Y el país, desde entonces, está obligado a buscar al monstruo en otros lados, para evitar mirarse al espejo y ver su perturbada sonrisa.

MaXXXine y el arquetipo de la final girl

Como hizo en las dos entregas anteriores de la trilogía, West toma prestado de muy variadas influencias del terror y el suspenso para su conclusión. Si Pearl se inspiraba en clásicos de Hollywood (como El mago de Oz) para hablar del ideal ingenuo de la fama, y X se situaba en los albores de la pornografía independiente en VHS y del slasher (en los años de La masacre de Texas y Halloween); MaXXXine tiene a su disposición una extensa historia de géneros y subgéneros del cine de horror.

MaXXXine adopta las convenciones psicosexuales del giallo italiano, alude con La puritana II al nunsploitation (un subgénero que recurre a la explotación femenina, pero también critica la moral religiosa), incluye guiños irónicos al cine de Hitchcock y, una vez más, emplea el recurso de la chica final, o final girl.

MaXXXine
MaXXXine utiliza sus referencias para reflexionar sobre las convenciones que establecieron en el cine de terror (Crédito: Universal Pictures / A24)

Pero la película trasciende el cúmulo de sus referencias. Al exponer las maneras en que el género femenino está –y siempre ha estado– al centro del debate cultural y político, MaXXXine invita a reflexiones sobre las formas en que las mujeres son representadas en pantalla, sexualizadas y, de un modo u otro, convertidas en objetos visuales. El rechazo simbólico a Theda Bara en el Paseo de la fama ya es bastante contundente como declaración de intenciones.

Porque, ¿qué es un símbolo sexual sino un acto de equilibrismo imposible sobre la delgada línea entre chicas espectaculares (fabulosas) y chicas espectáculos (escándalos)? ¿Qué son las final girls –o sus hermanas, las mujeres poseídas– sino figuras contradictorias, entre heroínas empoderadas y víctimas de violentas fantasías punitivas y moralinas? ¿Y qué diferencia hay entre la catarsis del terror y el placer de la pornografía, si quienes las interpretan ante la cámara se someten a ser un objeto visual en el nombre de la fama y la validación?

Ante esas reflexiones, nadie sale ileso de MaXXXine ni de la Trilogía X, a final de cuentas. Ni la hipocresía de una sociedad moralina, ni el cine para adultos, ni siquiera el cine de terror y sus representaciones más convencionales del género femenino, a final de cuentas producto de un sistema cultural patriarcal y, por definición, dominador y depredador. Habrá, con algo de suerte y mucha crítica, que replantearlas con el tiempo.

Mientras tanto, los cimientos del ideal de celebridad se erigen sobre el abuso de las Judy Garland y la explotación de las Marilyn Monroe del mundo, a través de generaciones. Mientras la fama signifique someterse, convertirse en un objeto de explotación –real o simbólico–, quizá ella sea la peor villana de todas.

MaXXXine llega a la cartelera mexicana el 4 de julio. Compra tus boletos para verla en cines.