Crítica de 'Todos los incendios': arder por dentro
‘Todos los incendios’, de Mauricio Calderón Rico, es un coming-of-age mexicano sobre descubrimiento, deseo y autodestrucción. Checa la crítica.
¿Qué es el fuego, sino una fuerza igualmente devastadora y purificadora, que funge como uno de los símbolos más versátiles? Capaz de representar desde pasión y deseo hasta una rabia destructiva, el director Mauricio Calderón Rico esgrime varios de sus significados posibles en Todos los incendios, que tiene su estreno comercial en salas de cine mexicanas este 20 de junio, luego de ganar el premio a Mejor actor en el Festival de Cine de Morelia.
El director se planta en las convenciones del coming-of-age, historias que miran hacia atrás con nostalgia y cuyos protagonistas intentan mirar, con inquietud, hacia un futuro difuso, incierto y hasta turbulento.
En este caso, la historia se trata de Bruno (Sebástian Rojano), un adolescente que aún lidia con el luto por la muerte de su padre. Su madre (Ximena Ayala, Los insólitos peces gato) ya ha seguido adelante, y tiene una relación con otro hombre al que Bruno no acepta. El chico sólo encuentra una válvula de escape para su frustración: la piromanía, misma que registra en videos mediocres que graba con su mejor amigo, Ian (Ari López), y que son admirados por una chica también pirómana que vive en otro estado, Daniela (Natalia Quiroz).
El fuego provoca el límite de ebullición, sin embargo, cuando su madre decide formalizar su nueva relación, y Bruno escapa a casa de Ian. Cuando éste le confiesa estar enamorado de él, el protagonista huye durante la noche y, sin pensarlo, toma un camión para ir a visitar a Daniela. Con ella ha de pasar unos días de júbilo pirómano, expectativas románticas y descubrimiento de sus respectivas sexualidades.
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Todos los incendios: jugar con fuego
A lo largo de Todos los incendios, Calderón Rico dota al fuego mismo de un aura casi enigmática. Está, por un lado, su manifestación rebelde y destructiva, un símbolo del alma rabiosa y confundida del protagonista, a quien le da lo mismo quemar un balón de fútbol que correr como niño por un pastizal seco con fuegos artificiales.
La ira y la confusión se vuelven constantes en la experiencia de Bruno, conforme su estancia con Daniela se desarrolla de forma inesperada, dando lugar a nuevas incógnitas e incertidumbres. Es aquí donde el director abraza la forma impermanente de las llamas como símbolo abstracto: ilumina la oscuridad, pero también arde, se extiende y consume. No podrá ser contenido para siempre.
Hay ingenio por parte del director para usar este simbolismo fulgurante. Pero hay en él, también, una sensación de predictibilidad, o mejor dicho, de inevitabilidad. Y no porque los acontecimientos puedan parecer obvios, sino porque parecen predispuestos para llevar al personaje a esta conclusión: durante prácticamente todo el metraje, hay una distancia emocional extraña entre Bruno y el fuego que, hacia el final, el director nos habrá presentado como modo de expresión, válvula de escape, alma y fuerza renovadora del protagonista. Dicho de otro modo, el personaje parece definido por esta piromanía, y no al revés.
Pero fuera de este distanciamiento, y en sus propios términos, la película rescata los elementos propios de un coming-of-age: un ardor interior por las incógnitas, las incertidumbres, el deseo de levantar el velo de las cosas y descubrir nuevas facetas de la vida y del propio ser.
Todos los incendios es, a final de cuentas y a pesar de sus tropiezos, un bello coming-of-age mexicano que encuentra en el fuego su fuerza simbólica: como ira, como represión y autodestrucción, pero también como amor, perdón y crecimiento.
Todos los incendios llega a la cartelera mexicana el 20 de junio.
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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