Películas

Crítica de ‘Entra en mi vida’: esto no es una película

El formato de screenlife –películas cuya acción es representada dentro de pantallas de computadoras o celulares– puede ser territorio fértil para la experimentación. Producciones como Buscando… (2018) o Ten cuidado a quién llamas (2020), han explorado sus posibilidades en el suspenso y el terror, por lo menos. Pero Entra en mi vida –película mexicana que llega a la cartelera este 18 de julio– me hizo sentir como Alex DeLarge: preso en mi butaca, sometido al desfile audiovisual más abyecto de estupidez y frivolidad de redes sociales.

Eso sí, el método quizá me haya curado, si por “cura” nos referimos a sentir repulsión por la sola idea de ver un feed infinito de Instagram repleto de influencers y “contenido”: videos que un algoritmo arbitrario arrojaría al son de nuestros caprichos morbosos. Aquí, estos son hilados en una vaga coherencia lineal por la necia voluntad de etiquetar esto como “película”, para ser, increíblemente, estrenada en cartelera comercial y hacer dinero.

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La historia comienza con un video en vivo en el que Eugenia (Paulina Goto, de Veinteañera: divorciada y fantástica) explica que terminó con su prometido y que tiene intenciones de convertirse en influencer de redes sociales. Y de encontrar a su perro perdido, también, subtrama que será olvidada y recordada a conveniencia. Y en efecto, a partir de esta introducción, la experiencia de ver Entra en mi vida será equivalente a la de abrir Instagram y navegar sin rumbo por un mar de basura digital en video: dado que una cosa no tiene que ver con la otra, el cerebro es obligado a saltar entre contextos e ideas con la delicadeza de la embestida de un toro. “Pero esto es una película”, dicta la lógica comercial, así que alguna narrativa debe existir como tejido conectivo entre estos episodios. Este será proporcionado, a seis manos, por el director J.M. Cravioto (Olimpia) y sus coguionistas, Paula Rendón (Las Bravas F.C.) y Xóchitl Sánchez (Con Carmen), con intenciones de construir una comedia con eso.

Entra en mi vida fracasa como experimento y como comedia

El problema de Entra en mi vida es que, detrás de su experimentación formal, no tiene mucho qué decir. En sus aspiraciones de influencer, Eugenia arrastra a su mejor amiga, Natalia (Ximena Sariñana, ¿Cómo matar a mamá?), hacia su órbita de constante documentación frívola. Siempre con la cámara como testigo, van de compras juntas, viajan, buscan al perro (cuando se acuerdan). Por ahí también aparecerán el interés romántico, Romero (Hugo Catalán), así como el obligado personaje de alivio cómico, Diego Lunas “Moons” (Lalo Elizarrarás “Iztaparrasta”), un vendedor de tamales que, sin quererlo, también se convierte en estrella de internet. Juntos y por separado, el grupo participa en varios episodios alrededor de la protagonista, cuyo viaje, al cabo de sólo 77 minutos (que parecen 180), se revela como uno de redención.
Entra en mi vida narra la búsqueda de una mujer por… algo. Y seguidores en redes sociales (Crédito: Cinépolis Distribución)
Pero, en el camino y debido a sus aspiraciones experimentales, Entra en mi vida se va por las ramas, no esclarece su rumbo. Suceden episodios chuscos, gags aquí y allá, una que otra fiesta de influencers, en lo que Eugenia aspira a convertirse en uno de ellos. ¿Por qué habríamos de simpatizar con ella, más allá de su manía por sumar seguidores en sus redes? La película nunca lo responde. Incluso podría argumentarse que pretende ser una crítica o una sátira del mundo influencer, pero en términos de lenguaje, no hay nada que lo sugiera. En esta ola de eventos superfluos, encadenados en una secuencia por la edición, el diálogo (o textos de WhatsApp) y la humillación son lo único que nos sugieren las vagas tensiones entre personajes. Hay quienes se enojan, discuten y distancian, pero el bombardeo de imágenes “cotidianas” no deja espacio para asimilarlas ni interpretarlas antes de pasar a lo siguiente. Entra en mi vida es un día típico scrolleando en las redes sociales de alguien que no tiene nada más que hacer o decir que tomarse fotos en fiestas, pues. Sus propias pretensiones formales le traicionan, la serpiente se muerde la cola: ¿cómo puede evolucionar un personaje, si incluso los momentos de mayor humildad son espectáculo trivial?

Puro “contenido”

Y si algo sugieren otros casos de películas en el estilo screenlife, es que el lenguaje cinematográfico puede mezclarse con la laxitud casual de los videos en selfie, con resultados interesantes. Entra en mi vida no entiende eso porque ni siquiera parece comprender este tipo de comunicación digital. A su caos audiovisual se suma una cacofonía gráfica espantosa: sonidos del entorno son representados por stickers onomatopéyicos redundantes, toscas carteleras con hashtags hacen de transición entre episodios, con la misma sutileza de un tío queriendo “verse cool con la chaviza”, misma que sólo sentirá pena por sus intentos.
Esto realmente es una imagen de Entra en mi vida (Crédito: Cinépolis Distribución)
Llegado el final, más allá de cuestionamientos sobre la compatibilidad de lenguajes visuales y sobre quién pensó que esto era una buena idea, queda la pregunta: ¿por qué iría alguien a ver esto al cine, si la posibilidad de consumir chatarra audiovisual está al alcance de un celular con Wi-Fi? ¿Cuál es la diferencia entre esto y el “contenido” de millones de influencers que inundan las pantallas con su frivolidad banal y mercenaria? ¿Y qué es “contenido”, para empezar? Esa palabra, tan liberalmente vomitada por el márketing, hoy sólo alude al combustible audiovisual, creado democráticamente y a granel, para alimentar la máquina que distrae nuestro morbo y aburrimiento con mareas audiovisuales hechas a la medida por un algoritmo. Antes, la palabra se refería a las representaciones e ideas dentro de una obra. Lo que una película debería tener, como mínimo.

Entra en mi vida llega a la cartelera mexicana el 18 de julio.

Lalo Ortega

Lalo Ortega es crítico y reportero de cine, Maestro en Arte Cinematográfico por el Centro de Cultura Casa Lamm, y ganador del 10º Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes ‘Fósforo’ de FICUNAM 2020. Ha colaborado con Empire en español, Revista Encuadres, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, CLAPPER, Sector Cine y Paréntesis.com, entre otros. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.

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