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Crítica de ‘El último escape’: el privilegio de envejecer

La Segunda Guerra Mundial ha sido tan explorada –y a veces, imprudentemente embellecida– por el cine, que puede cometerse el error de dar por hecho lo que le sobrevivió, privilegiados por la distancia de la retrospectiva. Pero hay títulos del cine bélico –se viene a la mente el documental Jamás llegarán a viejos (2018), de Peter Jackson– que evocan la crueldad caprichosa de la suerte en tiempos de guerra: envejecer es un privilegio. Esa suerte está en el corazón de El último escape (The Great Escaper), drama biográfico que llega a salas de cine mexicanas este 4 de julio.

La película está inspirada en hechos: en 2014, Bernard “Bernie” Jordan, veterano del Día D, se escapó del asilo de ancianos de Inglaterra donde vivía con su esposa, Irene, para viajar a Francia y asistir a las celebraciones por el 70º aniversario del desembarco que cambió el rumbo de la guerra. Sin embargo, lo hizo sin avisar a nadie, así que el personal del asilo pidió ayuda a la policía para una búsqueda asistida por Twitter. Cuando se descubrió su paradero, la historia se viralizó y Bernie se volvió una celebridad.

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Es una anécdota tierna, emotiva, que podría prestarse al sentimentalismo más burdo o incluso a la comedia, como la presentan algunos de los materiales promocionales de la película. Y sí, por momentos, así sucede. Sin embargo, gracias en buena medida a las actuaciones finales de Michael Caine y Glenda Jackson, El último escape es ocasionalmente elevada por encima de ese nivel, y el guión de William Ivory tiene cosas que decir sobre la idealización de la guerra.

Una digna despedida para Michael Caine y Glenda Jackson

Ivory y el director, Oliver Parker (El retrato de Dorian Gray) intentan expandir la anécdota hacia el drama y, sobre todo, la introspección. No siempre lo consiguen, y tampoco son ayudados por la edición de Paul Tothill (Orgullo y prejuicio), quien decide cortar en momentos extraños: interrumpe escenas donde sería mejor dejar los silencios, las expresiones, o la simple secuencia lógica de la acción. Por fortuna, están Caine y Jackson en los papeles principales que, además, son los cierres respectivos de sus carreras: él decidió retirarse, y ella falleció el pasado año. Y aunque la anécdota que inspira El último escape es la historia de Bernie, la adaptación, sabiamente, da el mismo peso a Irene (o “Rene”, como se le conoce en esta versión).
El último escape es la película final de ambos Michael Caine y Glenda Jackson (Crédito: Diamond Films)
Ella es tanto ancla emocional de Bernie, como sustituto de la audiencia. Es la travesía de Bernie lo que nos habla sobre los horrores y traumas de la guerra (más al respecto, en breve). Pero es Rene, en el asilo, quien provee los vistazos necesarios al amor de juventud y a la inminencia de la muerte para poder sentir los sacrificios de sus vidas. No sería exageración decir que los momentos más importantes y emotivos de El último escape son proporcionados por Glenda Jackson, quien fácilmente brinda los matices y profundidad necesarios a su interpretación para evitar la sensiblería barata. Curiosamente, el Bernie de Caine es opacado por Jackson y por un personaje secundario con un arco narrativo breve, pero bien definido y completo, cuyo propósito real es ser un catalizador para las memorias y pensamientos del protagonista. Es difícil conectar con Bernie como protagonista por buena parte del metraje, y en parte es gracias a que el guión evade sus traumas y culpas hasta ya entrados en el último acto. Y son, también hay que decirlo, un tanto obvios como para mantenerlos en ambiguo por tanto tiempo. Por fortuna, Caine también aporta profundidad en su interpretación. Y no sólo eso, El último escape tiene algo que decir sobre cómo se representa a los veteranos en esta clase de historias.

El último escape: contra la idealización de la guerra

Que quede claro que nunca dejará de ser importante recordar y legar la historia: es lo que ha de evitar que la repitamos (ojalá). Y las guerras (sobre todo la que nos atañe, en la que se luchó contra los ideales tiranos de los nazis) conllevan incalculables sacrificios que merecen ser reconocidos y honrados. La paradoja es que, con el paso del tiempo, honrar deviene en celebrar, y esto se degrada en una idealización peligrosamente banal. El sacrificio se convierte en un heroísmo cuya vanidad no satisface a los honrados, sino a quienes les admiran.
Aunque convencional, El último escape plantea un argumento sobre representar la guerra en el cine (Crédito: Diamond Films)
En los momentos más poderosos de El último escape, Bernie y Rene hablan sobre la verdad de la guerra, de su brutalidad azarosa, caótica y sin sentido, que cobró las vidas de unos y perdonó a otros. Millones fueron sacrificados al abismo de la defensa contra la tiranía. ¿Cuál es el heroísmo de haber estado parado en el lugar donde no cayeron las bombas, por dictado de la suerte? Es ella, cruel y arbitraria, la que decidió quiénes podrían llevar vidas completas hasta la vejez. El protagonista lidia con una culpa no resuelta, sin duda. Pero su argumento despierta preguntas sobre las formas en que recreamos y representamos la guerra en pantalla, con sentimentalismos e idealizaciones que, a veces, amenazan con hacer deseable su repetición. Si algo ha de dejarnos El último escape, más allá de dos dignas despedidas a dos leyendas, es la importancia de dar voz a quienes vivieron los horrores en carne propia, sin los adornos, sensiblerías y manipulaciones de las convenciones dramáticas comerciales.

El último escape llega a cartelera el 4 de julio. Compra tus boletos para verla en cines.

Lalo Ortega

Lalo Ortega es crítico y reportero de cine, Maestro en Arte Cinematográfico por el Centro de Cultura Casa Lamm, y ganador del 10º Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes ‘Fósforo’ de FICUNAM 2020. Ha colaborado con Empire en español, Revista Encuadres, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, CLAPPER, Sector Cine y Paréntesis.com, entre otros. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.

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